jueves, 15 de septiembre de 2011

La luz de mi corazón y la sangre de la luna.


Si sucediera algo nuevo en este olvidado lugar, si algún hecho extraordinario impactara en esa calle, si pudiera descubrir el misterio que encierra la casa de las ocho ventanas, tal vez así podría entender el secreto que esconden las letras en una palabra, las palabras en una oración, las oraciones en un macabro e intelectual párrafo escrito en prosa, desechando de mis entrañas la duda y amoldando como el escultor, mi adormecido cerebro, para las delicias de un verso de lenguaje procaz, abrazando lo que es inefable; pudiera decir, cuan critico ingenuo e impotente, que aun me turban los maullidos de aquella bestia demoniaca, sonaban pálidos y oscuros, en las noches de luna llena, recuerdo el paso de su figura esbelta y robusta frente a mí, como olvidar sus ojos profundos en la luz de la muerte y el lívido gesto que osó hacerme, parecía una venia, una invitación al infierno, la fantasía efímera del demonio que reposa en mis entrañas y destruye su claustro, cada vez que mis sentidos destilan de mi ser.




Tal vez las noticias distribuidas en el pueblo, por los adorables labios de mujeres y hombres que ocupan su tiempo en mantenerse al día y ejercitar el musculo que articula sus palabras, son solo la evolución de semillas plantadas desde antiguo, eclosionando en el interior de nuestros cuerpos y adoptando, según su gravedad, un titular en los hechos divulgados. Y remitiendo las palabras de Poe “¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley?”, no serán, más palabras fugaces en los cráneos esqueléticos en su reinado melancólico y frio.
Aún vive el sonido de su corazón, entonando cantares y bailes a la tambora, haciendo memoria a los tiempos de los mayas, cuando se libera al músculo que mece la sangre de su prisión y mueve su cuerpo en las manos del sacerdote, su sondo pálido y amargo, domina mis noches de fugaz hastío, ése dador de vida, es el corazón de la muerte; ¿De donde nacen estas declaraciones?, son solo engendros de la ofuscación, del misterio que encierra cada parte de la casa de las ocho ventanas, lo que voy a escribir, es la exhalación de una cadena de sucesos en mi vida, yo que no soy nadie pero lo soy todo.
La única y feroz noche, luego de ver lo que parecía un gato negro, salir de la casa, que adorna una  de las muy coloridas cuadras, de uno de los barrios del viejo pueblo, ahora llamado ciudad, al cual no nombraré para no levantar temor, ni discusiones irrelevantes entre los citadinos, no es un lugar popular, pobre o humilde en los cuales vive la mayoría, es un lugar lujoso y para nada insignificante, en el que se vive tras apariencias de conceder la mejor estadía; esa “mansión”, como la llamaba frente a mis compañeros de colegio, posee, de manera esencial estas características: tiene un hermoso y muy bien mantenido antejardín, resalta en su estructura un estilo barroco-romántico y en especial su reflejo del arte gótico, la puerta principal, está custodiada por dos columnas blancas, las paredes tienen el color del sol al atardecer, pero lo que más resalta de ella son sus ocho ventanas, dos con balcones, distribuidas estratégica y uniformemente en su contorno, el tejado, su garaje y lo ya mencionado, no importan tanto como sus ventanas, no porque  fueran enchapadas en oro o que tuvieran un vidrio que costara millones, es solamente, que en el momento en que el animal siguió su peregrinar y yo gire mi vista hacia el lugar del que provenía, pude observar un cadavérico fantasma y otras criaturas macabras, viéndome desde cada una de las ventanas fijamente a los ojos al igual que lo había hecho el gato…
Me quede mudo, mi cuerpo empezó a temblar, las manos me sudaban, se me hizo un nudo en la garganta y mientras intentaba gritar; ni un solo gesto de miedo audible emano de mi boca, parecía una estatua, durante aproximadamente dos minutos, que se asemejaron a horas. Observé lo que me pareció el fantasma de una mujer, lo que en realidad era, frente a la ventana ubicada sobre la puerta, hasta caer desmayado. Cuando volví a estar consciente, aún estaba oscuro, la luna reflejaba con potencia los rayos del sol, mis músculos seguían adormecidos, lo que paso después me dejo desconcertado, al momento que volví la mirada a la casa, al intentar, como un caballero luego de caer en una justa, levantarme de alguna forma; la casa estaba llena de personas, unos entraban las maletas de viaje, otros se daban abrazos, todas las ventanas dejaban pasar la luz y nada parecía oscuro.
Mi única reacción fue salir corriendo, temiendo se me viera en esa situación, necesité atravesar un parque pequeño que se encontraba diagonal a la casa, en el instante en que me introduje en la penumbra, -¡Malditos perros!- dos canes de una casa vecina, latieron fuerte e incesantemente, cuan jauría de lobos. La noche no terminó ahí, en todo el camino, me atormentaba el recuerdo de los rostros esqueléticos y los ojos de aquellas criaturas viéndome, cuando llegué a mi casa, que afortunadamente o tal vez por cuestiones del destino, se ubicaba a tres cuadras y mi habitación apuntaba hacia “la mansión”, se veía tan claramente, que pareces estar de pie frente a sus ventanas; me recosté en mi cama, giré de un lado a otro sobre las sabanas buscando poder dormir, pero no lo pude conseguir.
El tiempo solo lo usaba para meditar y meditar, ya parecía un disco rayado, sobre posibles soluciones a ése embrollo en el que me encontraba ofuscado, lo más factible para mí, fue ir a esa casa y contarles a los propietarios, lo que me había pasado; el plan era hacerlo en la mañana, pero el principio de la muerte no lo quiso así, solo pude ir en la noche, ésa noche fue oscura, completamente oscura, el frio congelaba los cuerpos y la soledad golpeaba mi cuerpo, cada vez que me acercaba más a ése lugar, con cada paso que daba, mi corazón latía con más fuerza y mis agallas se iban desvaneciendo en la oscuridad, con lo que me quedaba, me acerque a la entrada, no había ninguna luz encendida, golpee la puerta, nada pasó, lo hice de nuevo dos veces más, la respuesta fue la misma, giré rápidamente para irme de ahí, pero ése ruido, -¡Ése espeluznante ruido de la puerta abriéndose!-, fue como un puñal clavado en mi pecho, volví la mirada, la puerta estaba claramente abierta  y sentado bajo su marco, el gato negro de la noche anterior, viéndome fijamente; cerró sus ojos, luego de hacer una venia, se me acerco, se deslizo entre mis piernas,  casi que pude sentir su corazón…
Recuerdo que lo seguí hacia la entrada, pasamos junta a la sala y por un largo pasillo, hasta llegar a la puerta de un cuarto, de su interior, emanaban ruidos extraños en lenguajes, en ése momento, desconocidos para mí; giré lentamente la cerradura, y ahí, frente a mí, criaturas épicas, grandes héroes, animales extintos y otros personajes de infinidad de narraciones más, germinaban de los miles de libros que se encontraban en ese lugar, eclosionaban silenciosa y hermosamente, parecía un jardín, de en medio de ellos, el espíritu de un hombre, sentado en el escritorio, dijo: “Sí, he amado como no ha amado nadie en el mundo, con un amor insensato y violento, tan violento que me asombra que no haya hecho estallar mi corazón. ¡Oh, qué noches! ¡Qué noches!”, luego de ello se me acerco, sopló y sentí una leve brisa tocar mis mejillas, en el mismo instante un fuerte golpeteo, resonaba en el lugar, parecía un corazón, pero no era el  mío, su latir provenía de la ultratumba, de repente todo se torno borroso y melancólico, y me vi frente a la casa, desconcertado y solo.
Dirán ustedes, ¿Cuál será el misterio realmente?, solo sé que obtuve una respuesta esa noche: cada libro, cada narración, tiene su vida, su esencia, o lo que los maestros llaman, el tema principal, y ésta no se convierte más, que en avatar, pero ellas saben cómo mostrarnos, las pistas que darán más preguntas, para responder así, a su fatídico e irrevocable silencio, en las profundidades del olvido.