lunes, 26 de septiembre de 2011

Ángeles y Demonios.

                                                    

El día se oscurece tras las montañas, cuando las nubes
como decenas de guerreros, derraman su agonía
sobre estos pobres cuerpos, que son casi ángeles
sobre un mar de luchas continuas e insufribles alegrías.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Los rayos de sol



Desperté temprano, sobre el colchón pequeño y duro que me recordaba que cruenta y difícil es la vida, mientras me ponía los zapatos negros y empolvados por el olvido, recordaba mis desilusiones e inconformismos; tome mi morral, encendí la motocicleta vieja en un mundo de nuevos, y fuera de la casa, apunté mi mirada al horizonte y descubrí un azul pálido despuntando en la cumbre de una montaña. Aceleré e inició mi viaje. Las piedras bajo las llantas en movimiento, sonaban pálidas y amargas, como el toque de una guitarra desafinada; el frio de la noche aun estaba a mi alrededor en forma de neblina que daba un aspecto misterioso y deshabitado al suelo, en sí, a todo el lugar, generando un efecto parecido al de un mantel sobre la mesa, ocultando así la verdadera apariencia de las cosas, como hacemos muchos en la sociedad, solo que éste discurría lenta y sigilosamente entre las calles y los espacios baldíos de mi corazón.
Mientras seguía, vi por el espejo retrovisor y me di cuenta del rastro que dejaba mi paso entre el frio y el éxodo de la oscuridad, que podría definir mejor como el dibujo de un  niño sobre una pared nueva; no tardé mucho en  encontrar compañía, si es que se puede llamar así a los compañeros  fugases, misteriosos y desconocidos; cada  vez más, sobre el firmamento, brillaban unos rayos que descendían a paso firme y constante, yo iba aproximadamente a setenta kilómetros por hora, cuando en una curva, encontré un enorme camión de color rojo llameante, que se dirigía en dirección contraria, entre sus llantas y junto a ellas, el frío de la noche aún como antes, era aplastado y triturado con cada movimiento; mientras que el dominio de las leyes físicas actuaban sobre los restos, que se arremolinaron entre el aire y  en el momento en que pase junto a él, quedé completamente empapado, tal vez no tan lenta, ni pacientemente como el prado que brillaba a lo lejos, pero antes de que llegara a mí la humedad que enfría mi cuerpo, pude ver y sentir su danza con movimientos delicados y apasionantes.
Luego de pasar un área boscosa, que por el momento del día en que pasé junto a él o, posiblemente, por la misma razón que mis antepasados amaban tanto al pulmón viviente pero agonizante de la tierra, presentaba a aquel desprevenido que osara verla, un color verde brillante y nuevo, que me dio un respiro natural y puro, aunque tenía mi cabeza cubierta por un casco ajustado y completamente cerrado. Luego, cuando gire en la siguiente curva, unos rayos amarillos y cálidos, que habían despejado el lugar, dejando ver el adorno brillante del rocío sobre las gotas, el mismo que momentos antes vi desde lejos, y en ese instante, cuando giré, los rayos cubrieron mi visión y cuando levante la careta de mi casco, para intentar ver mejor, percibí un  aroma puro y suave que cubría todo el espacio; además el viento que producía con mi motocicleta al romper el aire, hacia que a mi rostro llegaran suaves brisas que me llenaron con la esperanza de la vida.
Seguí lentamente el viaje, porque mis ojos quedaron pasmados con el brillo de los cabellos dorados que formaba la luz sobre el agua de un riachuelo que reposaba suave en un pequeño lago, pero adorablemente acompañado por la pradera. Pensé, analicé, acepté y negué, pero luego de meditar, decidí que  no podía soportar y continuar el viaje, sin apreciar primero aquello que tenía a mi alrededor, y me detuve. Ahí, abrí mis brazos, levanté mi vista al cielo y recibí en ese abrazo sin caricias, el calor de los rayos del sol.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La luz de mi corazón y la sangre de la luna.


Si sucediera algo nuevo en este olvidado lugar, si algún hecho extraordinario impactara en esa calle, si pudiera descubrir el misterio que encierra la casa de las ocho ventanas, tal vez así podría entender el secreto que esconden las letras en una palabra, las palabras en una oración, las oraciones en un macabro e intelectual párrafo escrito en prosa, desechando de mis entrañas la duda y amoldando como el escultor, mi adormecido cerebro, para las delicias de un verso de lenguaje procaz, abrazando lo que es inefable; pudiera decir, cuan critico ingenuo e impotente, que aun me turban los maullidos de aquella bestia demoniaca, sonaban pálidos y oscuros, en las noches de luna llena, recuerdo el paso de su figura esbelta y robusta frente a mí, como olvidar sus ojos profundos en la luz de la muerte y el lívido gesto que osó hacerme, parecía una venia, una invitación al infierno, la fantasía efímera del demonio que reposa en mis entrañas y destruye su claustro, cada vez que mis sentidos destilan de mi ser.




Tal vez las noticias distribuidas en el pueblo, por los adorables labios de mujeres y hombres que ocupan su tiempo en mantenerse al día y ejercitar el musculo que articula sus palabras, son solo la evolución de semillas plantadas desde antiguo, eclosionando en el interior de nuestros cuerpos y adoptando, según su gravedad, un titular en los hechos divulgados. Y remitiendo las palabras de Poe “¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley?”, no serán, más palabras fugaces en los cráneos esqueléticos en su reinado melancólico y frio.
Aún vive el sonido de su corazón, entonando cantares y bailes a la tambora, haciendo memoria a los tiempos de los mayas, cuando se libera al músculo que mece la sangre de su prisión y mueve su cuerpo en las manos del sacerdote, su sondo pálido y amargo, domina mis noches de fugaz hastío, ése dador de vida, es el corazón de la muerte; ¿De donde nacen estas declaraciones?, son solo engendros de la ofuscación, del misterio que encierra cada parte de la casa de las ocho ventanas, lo que voy a escribir, es la exhalación de una cadena de sucesos en mi vida, yo que no soy nadie pero lo soy todo.
La única y feroz noche, luego de ver lo que parecía un gato negro, salir de la casa, que adorna una  de las muy coloridas cuadras, de uno de los barrios del viejo pueblo, ahora llamado ciudad, al cual no nombraré para no levantar temor, ni discusiones irrelevantes entre los citadinos, no es un lugar popular, pobre o humilde en los cuales vive la mayoría, es un lugar lujoso y para nada insignificante, en el que se vive tras apariencias de conceder la mejor estadía; esa “mansión”, como la llamaba frente a mis compañeros de colegio, posee, de manera esencial estas características: tiene un hermoso y muy bien mantenido antejardín, resalta en su estructura un estilo barroco-romántico y en especial su reflejo del arte gótico, la puerta principal, está custodiada por dos columnas blancas, las paredes tienen el color del sol al atardecer, pero lo que más resalta de ella son sus ocho ventanas, dos con balcones, distribuidas estratégica y uniformemente en su contorno, el tejado, su garaje y lo ya mencionado, no importan tanto como sus ventanas, no porque  fueran enchapadas en oro o que tuvieran un vidrio que costara millones, es solamente, que en el momento en que el animal siguió su peregrinar y yo gire mi vista hacia el lugar del que provenía, pude observar un cadavérico fantasma y otras criaturas macabras, viéndome desde cada una de las ventanas fijamente a los ojos al igual que lo había hecho el gato…
Me quede mudo, mi cuerpo empezó a temblar, las manos me sudaban, se me hizo un nudo en la garganta y mientras intentaba gritar; ni un solo gesto de miedo audible emano de mi boca, parecía una estatua, durante aproximadamente dos minutos, que se asemejaron a horas. Observé lo que me pareció el fantasma de una mujer, lo que en realidad era, frente a la ventana ubicada sobre la puerta, hasta caer desmayado. Cuando volví a estar consciente, aún estaba oscuro, la luna reflejaba con potencia los rayos del sol, mis músculos seguían adormecidos, lo que paso después me dejo desconcertado, al momento que volví la mirada a la casa, al intentar, como un caballero luego de caer en una justa, levantarme de alguna forma; la casa estaba llena de personas, unos entraban las maletas de viaje, otros se daban abrazos, todas las ventanas dejaban pasar la luz y nada parecía oscuro.
Mi única reacción fue salir corriendo, temiendo se me viera en esa situación, necesité atravesar un parque pequeño que se encontraba diagonal a la casa, en el instante en que me introduje en la penumbra, -¡Malditos perros!- dos canes de una casa vecina, latieron fuerte e incesantemente, cuan jauría de lobos. La noche no terminó ahí, en todo el camino, me atormentaba el recuerdo de los rostros esqueléticos y los ojos de aquellas criaturas viéndome, cuando llegué a mi casa, que afortunadamente o tal vez por cuestiones del destino, se ubicaba a tres cuadras y mi habitación apuntaba hacia “la mansión”, se veía tan claramente, que pareces estar de pie frente a sus ventanas; me recosté en mi cama, giré de un lado a otro sobre las sabanas buscando poder dormir, pero no lo pude conseguir.
El tiempo solo lo usaba para meditar y meditar, ya parecía un disco rayado, sobre posibles soluciones a ése embrollo en el que me encontraba ofuscado, lo más factible para mí, fue ir a esa casa y contarles a los propietarios, lo que me había pasado; el plan era hacerlo en la mañana, pero el principio de la muerte no lo quiso así, solo pude ir en la noche, ésa noche fue oscura, completamente oscura, el frio congelaba los cuerpos y la soledad golpeaba mi cuerpo, cada vez que me acercaba más a ése lugar, con cada paso que daba, mi corazón latía con más fuerza y mis agallas se iban desvaneciendo en la oscuridad, con lo que me quedaba, me acerque a la entrada, no había ninguna luz encendida, golpee la puerta, nada pasó, lo hice de nuevo dos veces más, la respuesta fue la misma, giré rápidamente para irme de ahí, pero ése ruido, -¡Ése espeluznante ruido de la puerta abriéndose!-, fue como un puñal clavado en mi pecho, volví la mirada, la puerta estaba claramente abierta  y sentado bajo su marco, el gato negro de la noche anterior, viéndome fijamente; cerró sus ojos, luego de hacer una venia, se me acerco, se deslizo entre mis piernas,  casi que pude sentir su corazón…
Recuerdo que lo seguí hacia la entrada, pasamos junta a la sala y por un largo pasillo, hasta llegar a la puerta de un cuarto, de su interior, emanaban ruidos extraños en lenguajes, en ése momento, desconocidos para mí; giré lentamente la cerradura, y ahí, frente a mí, criaturas épicas, grandes héroes, animales extintos y otros personajes de infinidad de narraciones más, germinaban de los miles de libros que se encontraban en ese lugar, eclosionaban silenciosa y hermosamente, parecía un jardín, de en medio de ellos, el espíritu de un hombre, sentado en el escritorio, dijo: “Sí, he amado como no ha amado nadie en el mundo, con un amor insensato y violento, tan violento que me asombra que no haya hecho estallar mi corazón. ¡Oh, qué noches! ¡Qué noches!”, luego de ello se me acerco, sopló y sentí una leve brisa tocar mis mejillas, en el mismo instante un fuerte golpeteo, resonaba en el lugar, parecía un corazón, pero no era el  mío, su latir provenía de la ultratumba, de repente todo se torno borroso y melancólico, y me vi frente a la casa, desconcertado y solo.
Dirán ustedes, ¿Cuál será el misterio realmente?, solo sé que obtuve una respuesta esa noche: cada libro, cada narración, tiene su vida, su esencia, o lo que los maestros llaman, el tema principal, y ésta no se convierte más, que en avatar, pero ellas saben cómo mostrarnos, las pistas que darán más preguntas, para responder así, a su fatídico e irrevocable silencio, en las profundidades del olvido.

miércoles, 3 de agosto de 2011

A UNA QUE PASA

La calle aturdidora aullaba en torno a mí.
Alta, esbelta, de luto riguroso, dolor majestuoso,
una mujer pasó, con mano fastuosa
levantando, el festón y el dobladillo agitaba;

ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo bebía, crispado de un modo extravagante,
en sus ojos, lívido cielo donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer mortal.

Un relámpago... ¡y la noche sólo! Fugitiva beldad
cuya mirada ma ha hecho de pronto renacer,
¿no volveré ya a verte más fuera del tiempo?

¡En otra parte, lejos, ¡demasiado tarde!, ¡tal vez nunca!
Pues no sé a dónde huyes y tú no sabes dónde voy,
¡oh tú a quien hubiese amado, oh tú que lo sabias! 

miércoles, 27 de julio de 2011

PERÍFRASIS.

La sangre, en silenciosos gritos,
paseando en la cavidad hueca, 
que contenerla no podía.

Se acumulaban avalanchas,
recuerdos, desilusiones, desamores,
mientras lagrimas caían sobre mi ser.

Amontono tanta basura,
recorro muchos caminos,
duras pendientes agobiantes,
deceso de mi esperanza.

Llueven versos incompletos,
como callejones sin salida,
y doblándose en la esquina,
su cuerpo gemía excitado.