domingo, 18 de septiembre de 2011

Los rayos de sol



Desperté temprano, sobre el colchón pequeño y duro que me recordaba que cruenta y difícil es la vida, mientras me ponía los zapatos negros y empolvados por el olvido, recordaba mis desilusiones e inconformismos; tome mi morral, encendí la motocicleta vieja en un mundo de nuevos, y fuera de la casa, apunté mi mirada al horizonte y descubrí un azul pálido despuntando en la cumbre de una montaña. Aceleré e inició mi viaje. Las piedras bajo las llantas en movimiento, sonaban pálidas y amargas, como el toque de una guitarra desafinada; el frio de la noche aun estaba a mi alrededor en forma de neblina que daba un aspecto misterioso y deshabitado al suelo, en sí, a todo el lugar, generando un efecto parecido al de un mantel sobre la mesa, ocultando así la verdadera apariencia de las cosas, como hacemos muchos en la sociedad, solo que éste discurría lenta y sigilosamente entre las calles y los espacios baldíos de mi corazón.
Mientras seguía, vi por el espejo retrovisor y me di cuenta del rastro que dejaba mi paso entre el frio y el éxodo de la oscuridad, que podría definir mejor como el dibujo de un  niño sobre una pared nueva; no tardé mucho en  encontrar compañía, si es que se puede llamar así a los compañeros  fugases, misteriosos y desconocidos; cada  vez más, sobre el firmamento, brillaban unos rayos que descendían a paso firme y constante, yo iba aproximadamente a setenta kilómetros por hora, cuando en una curva, encontré un enorme camión de color rojo llameante, que se dirigía en dirección contraria, entre sus llantas y junto a ellas, el frío de la noche aún como antes, era aplastado y triturado con cada movimiento; mientras que el dominio de las leyes físicas actuaban sobre los restos, que se arremolinaron entre el aire y  en el momento en que pase junto a él, quedé completamente empapado, tal vez no tan lenta, ni pacientemente como el prado que brillaba a lo lejos, pero antes de que llegara a mí la humedad que enfría mi cuerpo, pude ver y sentir su danza con movimientos delicados y apasionantes.
Luego de pasar un área boscosa, que por el momento del día en que pasé junto a él o, posiblemente, por la misma razón que mis antepasados amaban tanto al pulmón viviente pero agonizante de la tierra, presentaba a aquel desprevenido que osara verla, un color verde brillante y nuevo, que me dio un respiro natural y puro, aunque tenía mi cabeza cubierta por un casco ajustado y completamente cerrado. Luego, cuando gire en la siguiente curva, unos rayos amarillos y cálidos, que habían despejado el lugar, dejando ver el adorno brillante del rocío sobre las gotas, el mismo que momentos antes vi desde lejos, y en ese instante, cuando giré, los rayos cubrieron mi visión y cuando levante la careta de mi casco, para intentar ver mejor, percibí un  aroma puro y suave que cubría todo el espacio; además el viento que producía con mi motocicleta al romper el aire, hacia que a mi rostro llegaran suaves brisas que me llenaron con la esperanza de la vida.
Seguí lentamente el viaje, porque mis ojos quedaron pasmados con el brillo de los cabellos dorados que formaba la luz sobre el agua de un riachuelo que reposaba suave en un pequeño lago, pero adorablemente acompañado por la pradera. Pensé, analicé, acepté y negué, pero luego de meditar, decidí que  no podía soportar y continuar el viaje, sin apreciar primero aquello que tenía a mi alrededor, y me detuve. Ahí, abrí mis brazos, levanté mi vista al cielo y recibí en ese abrazo sin caricias, el calor de los rayos del sol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario