domingo, 22 de enero de 2023

Sin título

La decapité rápido y sin miedo,
quería desaparecerla por completo
porcionar su cuerpo y devorarlo lentamente.

Había odiado su canto en los últimos días,
no soportaba verla caminar por la casa
y que su mirada brillante me atormentara.

Esos ojos de color miel me llenaban de preguntas,
parecían retarme, me increpaban, me dejaban mudo.

Llevábamos mucho días distanciados,
ya no me saludaba en las mañanas,
ni podía acariciarle en las tardes.

Ya no me acompañaba cuando salía a trabajar,
y entre los cafetos no escuchaba sus pasos,
no molestaba moviendo las hojas,
ni corría asustada cuando caía alguna rama.

Temía perderle, temía que desapareciera pronto,
que pudiera hacerse a otros paisajes y me dejara,
tenía el miedo en mi puerta y la desesperación me tentaba.

Por ello preferí matarle,
y no me dolió llenar mis manos con su sangre,
ni arrancar su corazón cuando aún estaba caliente,
preferí desvanecer su cuerpo dentro del mío.

Que los ácidos de mi estómago la aniquilaran
y me dieran lo mejor de ella, para alimentarme,
para que ya no fuera más solamente una gallina,
convertiéndose entonces en sopas, en guisos y en asados.

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